Nuevos resultados de un estudio de la Agencia Europea para la Formación Profesional (CEDEFOP) dibujan un panorama pesimista para los jóvenes graduados de nuestro país. "Más de la mitad de los españoles cree que no accederá a un trabajo acorde con sus habilidades, un tercio de los jóvenes graduados se sienten sobrecualificados para el empleo que desempeña y casi los mismos se ven estancados y con pocas opciones de aprender más".
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No es nuevo que nos digan que nuestros jóvenes terminarán trabajando en un puesto de trabajo que no estará vinculado a su formación. La sobrecualificación o el exceso de formación se presenta como un arma de doble filo difícil de interpretar, miles de enfoques y lentes son posibles a la hora de valorar esta realidad. ¿Podría verse como una oportunidad beneficiosa para las empresas, al tener el privilegio de emplear a personas altamente preparadas?, o por el contrario ¿lo terminan viendo como una amenaza a medio plazo, ya que son personas con expectativas de realización, formación y desarrollo profesional más amplias de las que les permite su desempeño laboral?.
En cualquier caso, y no nos hacen falta muchos estudios para constatarlo, el desajuste entre oferta y demanda es un auténtico despropósito, y a pesar de los esfuerzos puntuales, la formación universitaria (todavía teórica y academicista) sigue estando muy alejada del tejido productivo y sus necesidades. Otra carrera empezamos en el puesto de trabajo y en la vida después de graduarnos, y esa, la aprendemos solos.
Las políticas y los políticos pendientes de Cataluña, la legislación paralizando y bloqueando realidades creativas, los centros educativos no universitarios sufriendo cambio para arriba y cambio para abajo, las universidades ensimismadas de su belleza científica, las empresas y el tejido productivo a lo suyo... y al final el ciudadano de a pie se retuerce en una selva sin recursos, adquiriendo competencias de supervivencia y camaleónicas que en ningún reducto educativo enseñan. El ocultismo, la falta de transparencia, la inmunidad institucional o el interés económico, nos instala en la indefensión aprendida, en la inconsciencia, y en el ¡sálvese quien pueda!, sintiendo todavía un síndrome de Estocolmo hacia nuestra formación de base, que no nos instruyó en el aprendizaje autónomo (aprender a aprender) ni en la actitud crítica ante lo establecido.
En cualquier caso, y no nos hacen falta muchos estudios para constatarlo, el desajuste entre oferta y demanda es un auténtico despropósito, y a pesar de los esfuerzos puntuales, la formación universitaria (todavía teórica y academicista) sigue estando muy alejada del tejido productivo y sus necesidades. Otra carrera empezamos en el puesto de trabajo y en la vida después de graduarnos, y esa, la aprendemos solos.
Las políticas y los políticos pendientes de Cataluña, la legislación paralizando y bloqueando realidades creativas, los centros educativos no universitarios sufriendo cambio para arriba y cambio para abajo, las universidades ensimismadas de su belleza científica, las empresas y el tejido productivo a lo suyo... y al final el ciudadano de a pie se retuerce en una selva sin recursos, adquiriendo competencias de supervivencia y camaleónicas que en ningún reducto educativo enseñan. El ocultismo, la falta de transparencia, la inmunidad institucional o el interés económico, nos instala en la indefensión aprendida, en la inconsciencia, y en el ¡sálvese quien pueda!, sintiendo todavía un síndrome de Estocolmo hacia nuestra formación de base, que no nos instruyó en el aprendizaje autónomo (aprender a aprender) ni en la actitud crítica ante lo establecido.
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